miércoles, 27 de agosto de 2014

pájaro ciento uno

   Recuerda que mientras andaban juntos, imaginó un futuro en el cual te encontraba en el bondi, algún tiempo después de haberse separado.
   En tal ensueño te preguntaba en que andabas, y le comentabas de tu vida, así como cualquier persona comparte sus pensamientos con algún conocido. Era tan raro meterse en ese futuro probable. Lo invadía la nostalgia. Lo emborrachaba la inequívoca idea de que todo iba a tener un final. No podía amarte más, recreando algo que todavía no pasó, mientras miraba tus ojos gigantes que en actitud pensativa se hacían un poco más profundos y lunares. Aquel día, la luz que entraba en diagonal iluminaba un rectangulito en tu cara y volcaba brilo en tu nariz, esa naricita que lo hizo morderse los labios y hablarte por primera vez.
   Vos eras una chica suave, más que ahora. Mirabas películas y leías mucho. Caminaste por las librerías de avenida Corrientes desde chica, todas esas veces que vos y tu viejo se quedaban dormidos para ir a la escuela y nos le quedaba otra que llevarte a la oficina. Estar encerrada te aburría y te empujaba a vagabundear por el centro. También te animaste a fumar tus primeros cigarrillos ¿Y te acordás que hasta te conseguiste una gorra tejida al crochet para pasear como una pequeña femme fatale?. Tu estilo no era la pena ni la depresión, sin embargo, cultivabas un dulce aire meláncolico. Tibia y risueña. Resonaban tus zapatitos mientras tus pensamientos pintaban como lenguas todo a tu alrededor, y perfeccionaste el arte de pasar las horas embebida en las imágenes que te daban tus libros en la noche. Así también pudiste creer en la rítmica novela de amor cuando lo conociste.
   Recuerda que no había nada tan ajeno a ustedes como ese final. Que vos lo hundiste en vos y te sumergiste en él de manera tal, que figurarse en una coincidencia cotidiana a la postre de tanto gozo, dicha, furia, era una aventura deliciosa por lo insólito.
   Recuerda que jugaba a eso, en tanto vos lo besuqueabas y le contabas alguna idea, en el viaje en colectivo, uno de los últimos, con las ventanillas abiertas que dejaban pasar el aire fresco volándole los pelos a los dos. Lo recuerda ahora, emplazado en medio de ese futuro. ¿Cómo se puede ser tan tonto? ¿Tan adicto a jugar con lo que no es?. Parece que simplemente lo necesitaba.
     Saber que todo iba a concluir, con ruido o con flashes, de manera amistosa y repleta de lágrimas para combinarse con el odio y el miedo, de a ratos, llenando toda esa burbuja con solemnidad, con códigos rotos y planes en trozos que cada uno guardaba donde podía. Le urgía poder saltarse todo eso con una o dos ideas para así llegar al valle que viene después del duelo. Ese espacio onírico de mesura y tregua, donde era posible saludarse con simpatía en un encuentro casual sin sentir más que liviana melancolía inventada. Y es que se divertía con los cien pájaros que volaban mientras podía amar a su pajarito y juntaba ramas para un nido.
   Momentos antes de la ruptura se bajaron del colectivo y entraron a su departamento. Abrió un vino y empezó a picar las cebollas para la salsa. Un fin para un principio.
   Así como un presagio se cortaba un poco la piel de su dedo índice, y así como una chispa explotaba en rabia. Vos, bombón, corriste al baño a buscar gaza y alcohol y cuando llegaste a socorrerlo y le limpiaste la herida, él, incómodo, te agredió, al instante se excusó, pero a vos te invadía de pronto una bronca irrefenable. Te acordaste de cosas que se habían mantenido solapadas en tu memoria. Te sentías estúpida e incomprendida ¿Una pequeña falta de atención era para tanto? Si, para tanto, porque no era la primera vez y todo tu amor se transformaba en desidia, y cada beso que se habían dado se transformaba en una piedra que te golpeaba. Ahora, es decir en ese momento, tu imaginación también te hería. La casa de cemento alisado y paredes blancas que brillaba bajo el sol de algún lugar del gran Buenos Aires, con esos hijitos que no nacieron ni estaban en planes. Y el perrito a veces blanco y morrudo, a veces paticorto, a veces simplemente el perro que hubieran tenido seguía siendo de aire, pero ahora en vez de brindarte la dicha que motorizaba tu paciencia para con tus viejos hinchapelotas y tus rutinas desgastantes transfiguraba, sin siquiera existir, a ser una frustación más. Y al sueño te lo arrancaba de los brazos el hecho de que sea, compartido o no, junto a ese ingrato, al que estabas dejando de querer en esa cocina, con las cebollas todavía crepitando en la sartén.
   Hombre duro y recio, amante en secreto de la poesía y las flores. Cuando chico se escapaba de su casa, corría a la canchita de pasto sintético que quedaba a mitad de cuadra, y se quedaba ahí, viendo pasar a los grupos de amigos que iban y venían. Siempre atento a poder colarse, a la primera oportunidad, en los partidos de futbol 5. Si no estaba ahí estaba con otros vagos de la escuela fumando cigarrillos y hablando a los gritos de drogas que nunca habían probado (luego las habría de probar todas) y de hazañas sexuales medio mentira medio verdad. Siempre con mirada de gato, cuando te vió corrió como un cazador para tirarse en tu plato, como presa.
   Las idas y venidas post-ruptura, por dios, densas y avergonzantes. El espíritu del cariño juntándolos para abandonar primero a uno, después a otro, de manera discontinua, sin explicación ni piedad, jugando durante meses con ustedes y sus corazones. ¡Cuánta confusión!.
   Eso no estaba en sus fantasías ni en la tuyas, se ve que sus cien pájaros volando eran muy distintos, a pesar de ser parte vital de este concierto entre lo que pasa y lo que no, a pesar de ir variando su peso y sus caras de acuerdo a la humedad de los besos, o el ritmo de él, o olor de las aromáticas del balcón o tu aliento, quién sabe... qué sé yo.
   El punto cúlmine fue su teoría sobre las flores. No te la esperabas. Te compartió aquel secreto, que variaba entre mapas del universo y coreografías astronómicas escritas en los pétalos, y te lo explicó con la ternura de un cachorro. El campo fértil para que, en tu corazón, queden ambos transformados en criaturas mitológicas y su historia de amor en una fábula antigua que reencarnaba en el presente, estaba arado y presto para tus semillas de fanática diosa.
   ¿Cuánto de lo que pasó te habría pasado sin ayuda de lo que no existe? ¿Era el romance posible sin ese épico paraje final fulgurando por momentos en cabeza de él?
   La tónica de este romance se encuentra más allá de las palabras, en ese terreno sin yoes ni tues. El romance en sí fueron esos fugases momentos de disolución uno a través del otro. Pero las formas, lo que ustedes necesitaban para sostenerse y persistir en el intento de unirse, eran el terreno del oficio. Abrillantar y llenar de misterio tu oficio. Observar, velar y creer oficio de él.
   Sé que siempre va a haber una lágrima para derramar a causa de tantos "pudo haber sido". Cambiar de perspectiva por una cachetada de conciencia siempre es doloroso y hasta retorcido. Sin embargo, aquel hijo que llevabas en tu vientre sin haber quedado embarazada nunca murió. Entiendo que él se muestra recto y poderoso sin perjuicio de que acaso alguna tarde lo encuentre mirando tu foto tratando de imaginar como su mueven como la luna tus ojos. Entiendo que te regala cinco o seis lágrimas eventuales.
  Recuerda que jugaba a imaginarse viviendo sin vos y darse cuenta que por raro era tentador, pero imposible. Lo que no sabe es que la fantasía suele aterrizar como una nave sin que nadie se dé cuenta y, como una bandada de pájaros cuando nada los molesta, comen y se hacen vivientes organismos. No sabe pero ve, como el mero ensueño alimentó tu alma y la suya, proveyendo la dieta balanceada que las mantenía fuertes en el mundo real, donde bailan sus cuerpos. Recuerda ver dar un pequeño salto, luego el batir de alas, y así su amor, sus paseos y sus crónicas se transformaban en otro pájaro, tal vez el número ciento uno.






Dante Chianetta
te ChianDanetta